Hombre de lata



Subí al carro y ahí estaba él, pintado de hombre de hojalata con un casco de minero. Trabajaba de esos hombres que se paran en medio de un lugar concurrido y se inmoviliza mientras algunos se sorprenden de su habilidad estática y unos pocos le lanzan monedas.

Aún así lo reconocí, a pesar de su disfraz.
Su apariencia no me dijo nada, fueros sus ojos, o siendo más específica, fue su frívola mirada. Me vio y como siempre me desnudó con la mirada causándome escalofríos. Entonces me di cuenta que ese efecto solo lo causaba él y lo esquivé.

Sentí su mirada perforarme la espalda, la nuca, recorrerla y aún sin verlo seguía sintiendo como sus ojos me atravesaban, que disfrutaba la tortura que causaba en mí.
Me torturaba saber que en algún momento de mi vida había no solo visto por completo mi cuerpo desnudo,
sino había visto mi alma.

Y lo peor de todo era con su mirada frívola, lasciva, maligna. Aquella que en un principio tanto me atraía
y que ahora me intimidaba profundamente.


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